Saturday, October 4, 2025

The Bronx

Mariela no se moría de hambre, pero tampoco andaba en buena situación. La neta, vivía al día. Como muchos, se le metió en la cabeza irse “por el Hueco”, cruzar al norte, llegar a la Gran Manzana. Después de mil broncas, de pasar sustos y tragos amargos, por fin lo logró: aterrizó en el Bronx.

No tardó mucho en hallar chamba en una fábrica de ropa cerca de su depa. El dueño era un tipo medio raro, pelón, que para disimular lo calvo se ponía unas gafas de sol arriba de la cabeza. Parecía más bien un hombre lobo de oficina. Un tal Mr. Wolfstein.

Le ofreció trabajar de vigilante en la jornada nocturna.

La primera noche, eran como las dos de la mañana, y Mariela, con su linterna en mano, iba revisando la bodega donde guardaban los vestidos. En eso, se enredó con un disfraz de Caperucita Roja. No supo ni cómo ni por qué, pero se lo puso. Al mirarse en un espejo, pensó que se veía preciosa.

Como si algo la jalara, salió a la calle con el disfraz puesto. Caminó por callejones oscuros, llenos de gente que parecía muerta en vida: adictos al fentanilo, tirados por ahí, con la mirada perdida. Nadie le dijo nada, nadie la miró siquiera.

Cuando salió del estupor, se regresó a su casa.

Aún traía la caperuza. Intentó quitársela, pero no pudo: la tela se le apretaba al cuello. Jaló y forcejeó, pero la capa se le enroscó al cuerpo, subiéndole por el pecho, sujetándole los brazos. La capucha empezó a cerrarse sobre su cabeza, como si quisiera aplastarla.

Ocho días después, el casero llamó a la policía porque del departamento salía un olor chingón.

La encontraron desnuda. Sin papeles, sin nombre. No hubo ni una línea en los periódicos, ni una nota en los noticieros. Su cuerpo terminó en el horno crematorio del ayuntamiento. Nadie fue a reclamarla. Nadie.

Relato participante en el concurso de relatos del blog el Tintero de Oro,  ed. Caperucita en Manhattan de Carmen Martín Gaite.

Saturday, September 20, 2025

Polos Azules (1952)



—¿Ya viste qué simpático está el hijo del vecino?


—¿Cuál dices, el peloncito que pinta?


—Sí, ese mero… se me hace bien atractivo.


—Pues a mí, de pintar, como que no le hallo el chiste.


—¡Ay, güerita! Pero si ya lleva como treinta y siete cuadros.


—Bah, todos parecen lo mismo: avienta chorros de pintura, los deja secar y ya.


—Pues a la gente le encanta, y lo importante es que los vende bien caros.


—Ya entendí lo que traes en mente, pero ni soñando saldría con un cuate así.


—Tú sabrás, hija. Nomás te digo que si yo tuviera veinte años menos, ya estaría puesta para dejar que me pintara de lienzo vivo el número 69.




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