—¿Ya viste qué simpático está el hijo del vecino?
—¿Cuál dices, el peloncito que pinta?
—Sí, ese mero… se me hace bien atractivo.
—Pues a mí, de pintar, como que no le hallo el chiste.
—¡Ay, güerita! Pero si ya lleva como treinta y siete cuadros.
—Bah, todos parecen lo mismo: avienta chorros de pintura, los deja secar y ya.
—Pues a la gente le encanta, y lo importante es que los vende bien caros.
—Ya entendí lo que traes en mente, pero ni soñando saldría con un cuate así.
—Tú sabrás, hija. Nomás te digo que si yo tuviera veinte años menos, ya estaría puesta para dejar que me pintara de lienzo vivo el número 69.